miércoles, 26 de noviembre de 2014

¿Qué quedará del mindfulness después de la "revolución mindful"?

No hay duda de que el mindfulness está de moda. La portada de Time, conferencias de ejecutivos meditando, famosos como Arianna Huffington, Goldie Hawn, Hugh Jackman o 50 Cent declarándose practicantes de meditación, publicaciones de metaanálisis de 47 ensayos clínicos con más de 3.000 participantes, avales del Instituto Nacional de Salud Americano… Son muchos los indicios que han llevado a algunos autores a anticipar que mindfulness podría ser la “palabra del año” del Oxford English Dictionary en 2014 igual que lo fue selfie en 2013.

Ante tanta presencia mediática, y teniendo en cuenta la tendencia habitual de la psicología de crear modas pasajeras que son desbancadas por la siguiente, me parece oportuna una reflexión sobre los riesgos de la forma en que el concepto de conciencia plena se está integrando en nuestro contexto socio-cultural.

En primer lugar, los numerosos artículos que aparecen cada día sobre los beneficios de la práctica de la conciencia plena dan la imagen de que sólo con una breve y esporádica dedicación diaria solventaremos los problemas más variados de la vida. Por citar sólo algunos ejemplos recientes, en las últimas dos semanas han aparecido artículos en diferentes medios de comunicación que inducen a pensar que la práctica de la conciencia plena lleva a:

  • encontrar trabajo,
  • resistir la tentación de conductas no deseadas,
  • superar estados depresivos durante el embarazo,
  • resistir el estrés vacacional,
  • desarrollar el auto-control de los estudiantes en la etapa escolar,
  • mejorar el funcionamiento cardiovascular.

Todo lo anterior sumado a las decenas de beneficios del mindfulness que se han venido difundiendo en los últimos años da la imagen de que estamos ante una auténtica panacea terapéutica (y no sólo terapéutica sino existencial en general) que, además, comporta un esfuerzo mínimo por parte de los usuarios. En este sentido es importante darse cuenta de que los beneficios del mindfulness parecen abarcar todos los ámbitos de la experiencia humana y en algunos de los trabajos a los que me refería antes se habla de prácticas de sólo 12 minutos diarios… no es extraño que todo esto cree expectativas poco realistas.

Sin embargo, si bien es innegable que una actitud sostenida y consistente de conciencia plena del momento presente carente de juicios puede tener efectos enormemente beneficiosos para todos los ámbitos de la vida, también lo es que la clave reside justamente en que sea sostenida y consistente. En el fondo, tal y como siempre ha sido, los únicos cambios profundos y duraderos son cambios de hábitos. Habría que recordar que la conciencia plena no es una panacea y mucho menos si no se incorpora como hábito sino como simple moda pasajera. Bien entendida, la conciencia plena no es una práctica, es una actitud.


Por otra parte, debido a los múltiples beneficios de la práctica de la conciencia plena, se puede llegar a pensar que tiene por sí misma un efecto psicoterapéutico, es decir, que lleva a la reconstrucción de patrones problemáticos de emociones, cogniciones, acciones o relaciones. Pero esto no es necesariamente así. Lo básico en la práctica del mindfulness es la actitud de centrarse plena y consistentemente en el presente sin juzgarlo. Sin embargo, prácticamente todas las psicoterapias se basan, con mayor o menor énfasis, en (re)entender el pasado para (re)anticipar el futuro. Como se hace evidente, la combinación de mindfulness y psicoterapia, o la adición de prácticas de conciencia plena a la terapia, puede redundar en un beneficio para los efectos de ambas, tal y como han demostrado sobradamente intervenciones tales como la MBCT (Terapia Cognitiva Basada en Mindfulness).



Dicha combinación entre psicoterapia y mindfulness, con todo, debe ser planificada con cautela y adaptada al sistema de construcción que el paciente emplea para dar sentido a su vida, a sí mismo y a su motivo de demanda. En su excelente trabajo Sitting Together: Mindfulness-based psychotherapy, Pollak, Pedulla y Siegel (2014) centran la práctica del mindfulness en psicoterapia en tres factores básicos con tres efectos diferenciados:

  • concentración, o centrar la atención en un objeto fijo de la conciencia, lo cual puede ayudar a entender la forma en que funciona nuestra mente;
  • atención abierta, o prestar atención a cualquier cosa que esté pasando a través de nuestra conciencia, lo cual puede fomentar una actitud de curiosidad y apertura a lo que surja en la vida; y
  • aceptación, que implica el desarrollo de una actitud compasiva hacia nuestra experiencia y nosotros mismos. 

Precisamente porque se trata de efectos diferenciados, cada uno de ellos puede resultar más o menos relevante en cada caso concreto. Por ejemplo, un paciente sumamente ansioso puede ser inicialmente incapaz de mantenerse inmóvil y concentrarse en un contenido de su propia conciencia, y la frustración generada por esta dificultad en la práctica puede alejarle de ella e incluso ser construido por él como fracaso. Quizá en un caso así hubiese sido más viable una práctica de meditación caminando en que la conciencia se llevase a un contenido externo: música, olores del ambiente, percepción visual…

Otro ejemplo, imaginemos un paciente que repite un patrón problemático y autodestructivo de relaciones de pareja porque no tiene conciencia de él debido a que la fragilidad de su sistema de constructos en aspectos nucleares le obligaría a una revisión profunda que le provoca una comprensible sensación de amenaza. Conducirle a centrarse casi exclusivamente en la conciencia del presente podría tener efectos terapéuticos si le llevase a tomar conciencia de ese patrón para reconstruirlo. Desgraciadamente, al menos en mi experiencia clínica, a menudo los pacientes así utilizan las prácticas meditativas como forma de analgésico emocional y se alejan del origen de su problema en lugar de seguir el viejo adagio zen de salir del fuego atravesando el fuego (cosa que, comprensiblemente, les resulta difícil de aceptar). Esa pauta de evitación vivencial les puede conducir a la repetición del patrón autoinvalidante recursivo, como ilustraba en una entrada anterior. Quizás en este caso hubiese sido más acertada una tarea de revisión vital narrativa que ayudase al cliente a tomar conciencia de las regularidades problemáticas que están rigiendo su vida sin que él pueda evitarlo.

Este tipo de situaciones llevan a pensar que si bien para la práctica de la conciencia plena en sí misma son igual de relevantes y adecuadas las diferentes dimensiones que la componen, para su adaptación a la psicoterapia se ha de valorar cómo y en qué dimensión contribuyen a los procesos de cambio del cliente. En este sentido no son diferentes de decenas de técnicas terapéuticas: como la investigación ha demostrado repetidamente, no son las técnicas en sí mismas las que “hacen” nada al paciente, sino que es el paciente el que “hace” que las técnicas le ayuden a llevar a cabo los cambios que tienen sentido para él.

Por último, asistimos también (como era de esperar) a la proliferación de propuestas que mezclan lo que ellas denominan mindfulness con prácticas más o menos exóticas o alternativas sin ningún tipo de evidencia de eficacia y lo cubren todo de un aire de misticismo oriental que recuerda a los mejores tiempos de la época hippy mezclada con elementos de la New Age. Por supuesto tales prácticas no tienen nada que ver con el uso riguroso y serio de los programas de intervención psicológica basados en mindfulness, es más, en muchos casos basta una rápida visita a las webs en que se promocionan para darse cuenta de que ni siquiera están impartidas por profesionales de la salud mental debidamente formados y supervisados. Son simplemente una forma de lucro basada en la credulidad de muchas personas que sufren y buscan soluciones a sus problemas sin recurrir a ayuda profesional. Las asociaciones de mindfulness harían bien en controlar este tipo de ofertas si no quieren que lleven a un desprestigio progresivo de lo que sin duda es una valiosísima contribución al panorama de las técnicas de intervención psicológicas.