domingo, 30 de octubre de 2011

Cuando el camino es largo y tortuoso


Siempre me ha conmovido esta poesía escrita por George Kelly. Hoy tiene un sentido muy especial para mi. Quería compartirla por si a alguien más le ayuda a seguir adelante cuando el camino se vuelve largo y tortuoso.

Once this I knew and had forgot.
The men who lived to live, whose names are lost among discarded years,
No pedant questions posed. Their words stood not for things apart
But only served to draw them close to what was theirs.
Self was for them a woman’s voice, a tiny hand, a storm, a tear,
A sorrow etched in love. They left no legacy of art,
Yet overhead we hear their children climbing up the stairs.
To whom but them has what is real approached so near?
This is no alien world; its keys are in my heart.
I touch, I try, I scan, I feel, and stumble up my stairs.

George A. Kelly

Una vez lo supe y lo había olvidado.
Los hombres que vivieron entregados a la vida, cuyos nombres se han perdido en la memoria de los años,
No se hicieron preguntas grandilocuentes. Sus palabras no se referían a un mundo aparte
Sino que los acercaban más a lo que era suyo.
Lo que les hacía ser ellos era una voz de mujer, una mano de niña, una tormenta, una lágrima,
Un suspiro incubado en amor. No dejaron legados de arte,
Pero si escuchamos bien aún se oye a sus hijos subir las escaleras.
¿Quiénes sino ellos se han acercado tanto a lo que es real?
No es este un mundo ajeno; sus llaves están en mi corazón.
Toco, tanteo, oteo, palpo y subo a tientas mis escalones.

George A. Kelly

NOTA MENTAL: Dejad una luz encendida para mostrarles a quienes queréis el camino a casa... o mejor, sed la luz.


sábado, 29 de octubre de 2011

Trastorno Obsesivo Compulsivo en niños: la psicoterapia es eficaz

Una de las críticas de la APA al DSM 5 es que la reducción del umbral diagnóstico de determinados "trastornos", combinada con un énfasis renovado en explicaciones médico-fisiológicas, puede fácilmente derivar en tratamientos farmacológicos precipitados y con efectos secundarios problemáticos.

En este contexto es interesante reseñar estudios como el publicado en Septiembre de este año en el Journal of the American Medical Association (nada sospechosa de sesgos psicologizantes) por Martin Franklin y su equipo. En él demostraban que la terapia cognitivo-conductual añadida al tratamiento farmacológico del trastorno obsesivo compulsivo (TOC) pediátrico incrementa la eficacia del tratamiento haciendo que respondan a él más del doble de pacientes que los que reciben sólo fármacos.

Por cierto, ya se sabía que era así en el TOC en adultos, pero ahora la demostración de la eficacia se extiende a la población infantil.

Ante tales datos es realmente incomprensible e injustificable la insistencia en enfocar este tipo de situaciones como de origen y abordaje exclusivamente biológico: el modelo diatesis-estrés cada vez parece más convincente.

Franklin et al., en sus conclusiones, aconsejan estudiar cómo hacer que la psicoterapia sea más accesible en entornos comunitarios. No sería mala idea… ¡aunque parece que no va por ahí la tendencia en estos momentos!


NOTA MENTAL: Las capacidad de ayuda de la psicoterapia se demuestra consistentemente y se extiende a cada vez más ámbitos.

La reseña del estudio aquí: http://www.nimh.nih.gov/science-news/2011/adding-psychotherapy-to-medication-treatment-improves-outcomes-in-pediatric-ocd.shtml?WT.mc_id=rss

viernes, 28 de octubre de 2011

Mil maneras de cómo no hacer una bombilla

El aprendizaje a través de la experiencia de los errores ha sido reconocido por todas las tradiciones psicológicas de una u otra forma. En el caso del constructivismo, y particularmente de la Psicología de los Constructos Personales (PCP), ese reconocimiento se expresa en la noción de "revisión constructiva del sistema" que sigue a una invalidación. En términos coloquiales; después de un error tenemos que reflexionar y aprender de él.

Estos conceptos han recibido recientemente apoyo empírico desde el ámbito de la neuropsicología. El equipo de Jason Moser de la Michigan State University publicará en breve un estudio en el que mediante técnicas de neuroimagen han podido identificar dos fases secuenciales en la respuesta a un error.

La primera, la de negatividad relacionada con el error (error-related negativity; ERN) aparece unos 50 milisegundos después de cometer un error e implica zonas cerebrales encargadas de la monitorización de la conducta, la anticipación de las recompensas y la regulación de la atención. Se trata de una reacción involuntaria; nuestra respuesta inevitable a una equivocación y equiparable al concepto de invalidación de la PCP.

La segunda es la de positividad del error (error positivity; Pe), se inicia al cabo de entre 100 y 150 milisegundos de haberlo cometido y está asociada sobre todo con la toma de conciencia; se trata de nuestra reacción tras la decepción y contrariedad inicial, cuando nos centramos en entender por qué y en qué nos hemos equivocado. Sería equiparable a la fase de revisión constructiva de la PCP.

Hay mucha evidencia de que aprendemos más y mejor cuanto mayor es la intensidad de ambas fases: es decir cuando nuestros errores realmente nos incomodan y nos hacen reaccionar (fase ERN), pero a la vez nos centramos casi inmediatamente en aprender de ellos (fase Pe).

En su nuevo estudio, Moser y sus colaboradores se han centrado en un giro realmente interesante a esta cuestión: ¿cómo afectan nuestras creencias sobre el aprendizaje (teorías implícitas, constructos personales) al funcionamiento de este proceso? Han analizado los efectos de dos de esas teorías implícitas (una dicotomía propuesta originalmente por Carol Dweck). Una de ellas es la de quienes mantienen una visión fija, es decir están de acuerdo con afirmaciones tales como que uno tiene un nivel determinado de inteligencia y eso no varía. La otra es la contraria; la de quienes tienen una visión de crecimiento y estarían de acuerdo más bien con la idea de que uno puede mejorar en prácticamente todo con esfuerzo y dedicación.

Los resultados del estudio de Moser et al. son sumamente llamativos: ante una tarea en la que la fatiga y el aburrimiento hacía que las equivocaciones fuesen frecuentes, los participantes con una visión fija aprendían sistemáticamente menos de sus errores que aquellos con una visión de crecimiento. ¿La explicación? los que tenían una visión de crecimiento mostraban una intensidad de respuesta en la fase Pe hasta tres veces mayor que los otros. Tiene lógica… si creo que mis capacidades son las que son y no van a cambiar como producto del esfuerzo, ¿para qué molestarme en prestar atención a los motivos de mis errores?

Por otra parte, las investigaciones del equipo de Carol Dweck en su momento demostraron algo también sumamente interesante: felicitar a los niños por su inteligencia (en lugar de por su esfuerzo) ante un éxito hacía que asumiesen menos riesgos de cometer errores en el futuro, lo cual derivaba en menos aprendizaje futuro. Parecía que el temor a invalidar su concepto de sí mismos como inteligentes acabase por inhibir su capacidad de aprender. En cambio aquellos que veían su éxito como producto de su esfuerzo estaban mucho más motivados a emprender tareas de mayor envergadura dado que no sentían que estuviese en juego su construcción de sí mismos como inteligentes. Si se equivocaban no perdían nada, pues se les había hecho entender que su éxito residía en aprender de los errores.

Las implicaciones para la psicoterapia son fascinantes. Os dejo algunas:


  • Invalidación y reconstrucción son dos fases de un mismo proceso de crecimiento y desarrollo. Sin error no hay aprendizaje. Como se afirma desde el zen: todo lo que me ha pasado era necesario para llegar donde estoy. Esta conciencia, asumida del todo, podría transformar la vivencia de sus problemas de una buena parte de nuestros clientes.
  • La posibilidad de reconstrucción tras la invalidación depende de mantener la atención centrada en aprender del error. Esa atención no tiene nada que ver con recrearse en la autocompasión por el fracaso, pero tampoco con el escapismo de negarlo como si no hubiese tenido lugar.
  • Nuestras creencias afectan muy directamente a nuestras capacidades y potencialidades: algunas las multiplican y otras las anulan. Creer que uno no puede cambiar dificulta el cambio; creer que sí lo hace más viable. No hay pensamiento mágico en esto, en todo caso profecía de autocumplimiento: el apego a nuestras creencias hace que no nos arriesguemos voluntariamente a invalidarlas. En palabras de William Faulkner, "entre la pena y la nada me quedo con la pena".
  • Reconocer el papel protagonista de nuestros clientes en su proceso de cambio no sólo es hacer honor a la verdad (como demuestran décadas de investigación sobre factores que explican el cambio terapéutico) sino que puede tener un efecto terapéutico y de fomento del cambio en sí mismo. 


NOTA MENTAL: Mantengamos la actitud de Edison cuando dijo "No me equivoqué mil veces para hacer una bombilla, descubrí mil maneras de cómo no hacer una bombilla"… y cultivémosla en nuestros clientes.

jueves, 27 de octubre de 2011

DSM 5 problematizado

La American Psychological Association (y no sólo una, sino varias de sus divisiones) han manifestado y hecho públicas críticas muy serias al DSM 5. De hecho han divulgado una carta a la que os podéis adherir.

El artículo de Psychology Today es de lectura imprescindible, así como la propia carta de la APA.

Parece que las críticas al "discurso del déficit", como le han llamado algunos construccionistas, trascienden a comunidades tradicionalmente disidentes y se generalizan. Los excesos del celo psicopatologizante sin duda son en parte responsables.


NOTA MENTAL: ¿Conseguiremos transformar por fin el monólogo patologizante en un diálogo transformativo?

El link aquí: http://www.psychologytoday.com/blog/dsm5-in-distress/201110/psychologists-start-petition-against-dsm-5

Sólo el cambio es permanente

Un estudio del grupo de investigación liderado por Cathy Price (del Wellcome Trust Centre for Neuroimaging en el University College London) y publicado en Nature demuestra que se pueden dar cambios en el coeficiente intelectual durante la adolescencia de mucha mayor escala de lo que se creía.

El estudio siguió a 19 chicos y 14 chicas evaluados a los 14 y a los 18 años mediante una combinación de técnicas de neuroimagen y de tests de inteligencia verbal y no verbal.

Los resultados mostraron cambios en el CI verbal del 39% de los participantes y en el espacial del 21%, pero lo interesante es que permitió correlacionar los cambios medidos con pruebas psicométricas con modificaciones en dos áreas cerebrales concretas. El incremento del CI verbal se correspondía a un incremento de la densidad de parte del córtex motor izquierdo; una región activada durante el habla. El incremento del CI correlacionaba con el aumento de densidad del cerebelo anterior en un área asociada al movimiento de la mano.

Se trata de una nueva demostración de la plasticidad neuronal humana: confirma la posibilidad real de incrementar el rendimiento intelectual durante el desarrollo (cuestionando lo que se ha llamado el fatalismo neuronal), aunque también demuestra que se puede dar el caso contrario y que no está garantizado que un CI elevado en la infancia se mantenga toda la vida sin necesidad de ejercitar las funciones que lo incrementan y consolidan.

Si bien la investigación no profundiza en las causas del aumento del CI, es curiosa la explicación que han dado algunos de sus participantes: uno de los casos más llamativos es el de un participante que pasó de un CI medio a los 14 años a uno de los más elevados de la muestra a los 18. De hecho, de niño necesitó clases de refuerzo de matemáticas y a los 23 años está haciendo un doctorado en ingeniería informática. Según él: "el cambio fue cuando empecé a estudiar asignaturas que realmente me interesaban, en las que me sentía implicado, entonces las empecé a encontrar más fáciles y más interesantes".

Por tanto, parece demostrarse con técnicas sofisticadas y convincentes lo que en psicoterapia comprobamos cotidianamente: se puede cambiar incluso lo que se ha considerado tradicionalmente un rasgo fijo si se dan las condiciones óptimas de motivación e implicación activa. La conexión que el estudio establece entre lenguaje, motivación y cambio resuena con argumentos constructivistas como la afirmación de George Kelly de que los únicos rasgos fijos son aquellos que uno considera que son fijos.

Es más, estudios como este confirman la evidencia casuística de tantas vidas de futuros genios que no destacaban especialmente (o incluso fracasaban) en su etapa escolar durante la infancia… aquí tenéis una lista de algunos de los más conocidos: Henry Ford, Walt Disney, Albert Einstein, Charles Darwin, Isaac Newton, Thomas Edison, Steve Jobs, Winston Churchill, Abraham Lincoln, Vincent Van Gogh, Wolfgang Amadeus Mozart, Igor Stravinsky y Ludwig van Beethoven. Afortunadamente no escucharon a todos los que les dijeron que no podrían nunca llegar a nada importante en la vida. ¿Os imagináis por un momento que borramos del inventario de producciones humanas todo lo que ellos nos han legado?


NOTA MENTAL: Creed en las posibilidades de cambio de vuestros clientes y orientad la terapia a que tengan una oportunidad de demostrárselas a sí mismos.


Humano... ¡demasiado humano!

Daniel Kahneman (psicólogo y economista estadounidense-israelí y Nobel de Economía junto a Vernon Smith en el 2002 por su aportación al estudio de la toma de decisiones en condiciones de incertidumbre integrando la psicología cognitiva con la economía) ha publicado recientemente su nueva obra “Thinking, Fast and Slow". En ella vuelve a abordar el tema de los sesgos cognitivos en el razonamiento humano. Sus estudios junto a Amos Tversky (a quien dedica esta obra), así como los de Nisbett y Ross en su momento, llevaron a la conclusión de que en la vida cotidiana no actuamos como organizadores pasivos de la evidencia favorable o desfavorable, sino que seleccionamos activamente qué cuenta como evidencia y hasta qué punto.

Uno de los factores que influye en este sentido es la heurística de la disponibilidad. En la medida en que la disponibilidad de evidencias coincida con su frecuencia “objetiva” no hay problema, pero se han descrito algunos factores que afectan a esta coincidencia:

La historia relacional y los posicionamientos selectivos pueden hacer más disponible un tipo de evidencia que otro (por ejemplo, la gente en paro atribuye al paro una frecuencia mayor de la real debido a que conocen a un número desproporcionado de parados).
Los juicios sobre conexiones causales pueden verse influenciados por factores tales como la atribución de la causalidad (por ejemplo, un agresor atribuye el uso de la violencia a la conducta de “provocación” del agredido, mientras que un observador externo lo atribuye a la “disposición violenta” del agresor). Esta disposición se puede alterar modificando el punto de vista de la narrativa (por ejemplo, si se explica desde el punto de vista del agresor es más probable que cambie la atribución de la causalidad del observador).
También pueden verse influenciados por la credibilidad y coherencia de explicaciones ex post facto que actúan como una forma de predicción invertida en el tiempo. (Por ejemplo, pedirle a alguien que explique el porqué del hipotético suicidio de una persona cuya historia clínica problemática se ha detallado incrementa la evaluación subjetiva de ese alguien respecto a la probabilidad de que realmente se suicidase).

Otra fuente de influencias es la heurística de la representatividad. La visión coloquial de la teoría de la probabilidad hace que la mayoría de gente considere más representativo lo que parece más probable. Por ejemplo, después de salir repetidamente “rojo” en una ruleta se considera más representativo que salga “negro”, cuando de hecho la probabilidad de ambos resultados es casi idéntica.

Determinados prejuicios y sobregeneralizaciones basados en formas de construcción social influyen en considerar más representativo de un conjunto a un elemento que a otro. Por ejemplo, muchos universitarios americanos consideran que si un profesor universitario es bajito, tímido y le gusta escribir poesía es más probable que su especialidad sea Filología China que Psicología. El problema de este tipo de evaluaciones es que quien las hace está considerando la probabilidad condicional equivocada. Es decir, está respondiendo a la pregunta “¿cómo es de probable que un psicólogo (vs. un orientalista) responda a este perfil?” cuando la pregunta real es “¿cómo es de probable que alguien con este perfil sea psicólogo (vs. orientalista)?”. La heurística de la representatividad nos lleva a dar la misma respuesta a las dos preguntas, cuando de hecho son muy diferentes dado que en la primera las evidencias desfavorables son mucho menos relevantes que en la segunda. Es decir, incluso en el caso de que haya más orientalistas que psicólogos que encajen con este perfil, el número de psicólogos es mucho mayor que el de orientalistas (desproporción irrelevante para la primera pregunta pero desfavorable para la segunda).

La preferencia general por explicaciones lineales simples en lugar de no-lineales caóticas hace que en ocasiones se busque la causa de un efecto en la condición previa más similar al propio efecto. Por ejemplo, si una pareja se separa después de que él (a) sea ascendido en el trabajo, (b) mejore su situación económica, (c) haga un viaje al extranjero y (d) conozca a una atractiva compañera de viaje, la mayoría de gente se inclinaría por cifrar la separación sobre todo en (d), sin tener en cuenta que no son factores independientes y que el “efecto” podría ser producto de todo lo anterior combinado y más cosas aun.

La adecuación o inadecuación del enorme número de “teorías”, esquemas y scripts personales y sociales que empleamos en la vida cotidiana también influyen en la consideración de la representatividad de un acontecimiento. Por ejemplo, la mayoría de personas prefiere teorías “disposicionales” o de rasgos a teorías situacionales para explicar la conducta humana, cuando de hecho hay la misma evidencia favorable de unas que de las otras.

Los críticos de la obra de Kahneman han destacado como sus trabajos son equiparables a los de Darwin desde la perspectiva de que contribuyen a desmitificar la presunta racionalidad intrínseca del razonamiento humano (igual que los de Darwin desmitificaban nuestra posición privilegiada en el orden de la vida). Nuestro razonamiento está inevitablemente entretejido con nuestros valores, educación, ideología, lenguaje, cultura y preferencias. Así, de los estudios de Kahneman y su grupo se deducen cosas tan sorprendentes por "ilógicas" (pero evidentes en la vida social) como que debido al sesgo natural que nos hace aferrarnos a no invalidar las primeras impresiones, para compensar el efecto de un comentario crítico descalificador hacen falta un mínimo de cinco halagadores. La proporción es mucho mayor en el caso de personas etiquetadas como delincuentes: para que cambie nuestra opinión sobre la criminalidad intrínseca de un homicida hace falta que este lleve a cabo al menos 25 actos de heroísmo altruista en los que salva vidas.

Lo realmente curioso de todo esto, y es en ese aspecto en uno de los que se centra la última obra de Kahneman, es que saberlo no afecta a experimentarlo ni menos aun a actuar en consecuencia. Hay infinidad de ejemplos más o menos anecdóticos, desde el propio Kahneman, que reconoce que todo lo que ha aprendido durante toda su vida con su investigación no le ha llevado a poder evitar sus propios "sesgos cognitivos" al de Harry Markowitz (otro Nobel de economía). Markowitz incluyó las conclusiones de Kahneman en su propia teoría de la inversión, dando lugar a un cálculo de riesgos en las operaciones financieras que corregía los sesgos cognitivos (especialmente el de aversión a la pérdida). Sin embargo él mismo reconoció que fue incapaz de aplicar su propia teoría y cálculos a la planificación de su fondo de jubilación: anticipar el resentimiento que experimentaría si se equivocaba al calcular el riesgo de una determinada operación bursátil le llevó a repartir desigualmente dicho riesgo… y acabó por perder una cantidad considerable de la inversión inicial (ejemplo perfecto del sesgo de aversión a la pérdida, por cierto).

En pocas palabras, en la inmensa mayoría de los casos no podemos razonar como Mr. Spock, o como Sheldon Cooper, o como un robot… Es curioso que muchas de las situaciones analizadas en estos estudios sean de incertidumbre en cuanto a la decisión pero aplicadas a sistemas básicamente analizables desde la lógica aristotélica bivariada (por ejemplo, sistemas probabilísticos o matematizables). Y hablando de robots, las consecuencias extremas de la aplicación de una lógica sin sesgos en un contexto no bivariado sino borroso se ven por ejemplo en "Yo Robot" de Asimov. El protagonista de la novela no perdona a los robots que uno de ellos decidiese salvarle a él en lugar de a una niña pequeña en una situación de vida o muerte como producto de la aplicación estricta de la lógica del cálculo de quién tenía más probabilidades de sobrevivir. "Cualquier ser humano hubiese sabido que tenía que salvar a la niña", dice. Algo en nosotros nos dice que tiene razón aunque sea ilógico… quizá hemos interiorizado la norma social de "las mujeres y los niños primero".

Todo esto plantea un interesante dilema: podría ser que los "sesgos" en la lógica de nuestro razonamiento tengan una justificación en la esencia de nuestra propia especie. De hecho algunos neurobiólogos defienden ideas parecidas cuando plantean que, por ejemplo, el estrés es una consecuencia indeseable de un sesgo biológicamente comprensible: nuestra tendencia a sobrevalorar el riesgo y a protegernos para sobrevivir ("en caso de duda, mejor pecar de prudentes"). Igual se podría afirmar de una fobia: el hecho de que se condicione de forma tan extrema en una sola exposición quizá es una consecuencia indeseable del mismo sesgo biológicamente justificable a sobrevalorar nuestra supervivencia ("no sé si todos los perros del mundo me morderán, pero si me ha mordido este es mejor que les tema a todos por si acaso"). Igualmente en el caso del enorme dolor emocional que comporta un duelo: podría ser una consecuencia indeseable de nuestra tendencia innata a establecer relaciones de apego y de vínculo que duren toda la vida (también muy comprensible biológicamente). En fin, es como si la naturaleza nos hubiese diseñado para protegernos aunque sea exageradamente (haciéndonos un favor) pero eso comportase inconvenientes colaterales.

Si fuese así, razonar sin sesgos sería como no ser humano… Por eso quizá Mr. Spock (a pesar de su origen mixto vulcano-humano) suena muy vulcaniano cuando razona con una lógica tan flemática. Implicaría por ejemplo un serio límite a decisiones aparentemente absurdas, intuitivas, injustificables… pero que finalmente revolucionan el contexto en que se toman. Steve Jobs citaba a Henry Ford cuando este decía, a raíz de la invención del automóvil y como crítica a los estudios de mercado, que "si hubiese escuchado lo que querían mis clientes hubiese fabricado un caballo más rápido". Eso hubiese sido lo lógico. Pero en ese caso, como en el del propio Steve Jobs, la aplicación de la lógica sin sesgos nos hubiese privado de productos que han revolucionado nuestras vidas cotidianas y que les han valido a sus desarrolladores el estatus de genios visionarios.

Seguro que todos los terapeutas hemos experimentado en nuestros pacientes la dolorosa limitación de la autoconciencia: conocer y predecir sus "sesgos automáticos" en referencia a sus construcciones personales, patrones cognitivos, narrativas de identidad, posicionamientos relacionales e incluso patrones de conducta no les lleva inmediatamente a poderlos evitar. Un depresivo, por ejemplo, puede ser consciente de cómo sistemáticamente se centra en los aspectos negativos de la experiencia y descalifica los positivos y aun así reconocer que no puede evitar hacerlo. Es este tipo de evidencias lo que lleva a algunos comentaristas de la obra de Kahneman a concluir que "conocerse a uno mismo" no es suficiente… ¡ni de lejos!


NOTA MENTAL: ¿Y si, como afirman los sistémicos, una parte de un sistema no puediese cambiar el sistema del que es parte? En términos piagetianos se reconoce que para identificar las limitaciones de una etapa de pensamiento tiene uno que estar en otra más evolucionada. Quizá la cuestión no es la conciencia de los sesgos automáticos sino la liberación de los límites de esa conciencia. ¿Conciencia plena? Interesantes implicaciones...