domingo, 15 de noviembre de 2020

La mayoría de los trastornos mentales no son enfermedades mentales. Entrada invitada. Por Gregg Henriques.

Estamos siendo testigos de como el sufrimiento surge de patrones desadaptativos en una sociedad con problemas.

Aunque algunos trastornos mentales sean también enfermedades mentales, muchos no lo son. Para entender lo que quiero decir podemos empezar con un buen ejemplo de un trastorno mental que también es una enfermedad mental. Una enfermedad se puede concebir como una “avería biológica” que resulta en daño. Dicho esto, las enfermedades mentales son condiciones que involucran procesos mentales deteriorados que pueden entenderse en términos de averías neurobiológicas nocivas. La enfermedad de Alzheimer es un buen ejemplo obvio. El funcionamiento neurobiológico del sistema de memoria y otros procesos neurocognitivos se descompone de una manera que deteriora los patrones de comportamiento mental de la persona. Sin embargo, los trastornos mentales más comunes que se tratan en psicoterapia no son enfermedades mentales.

¿Por qué nuestra sociedad piensa en tantos problemas mentales como si fuesen un "desequilibrio químico" que necesita ser tratado por profesionales, a menudo con medicamentos? Porque la ciencia natural, empírica, moderna y tradicional, ha tendido a ser reduccionista por lo que respecta a sus mecanismos y aún no ha desarrollado un buen modelo consensuado de los procesos mentales humanos. Como consecuencia la salud se suele enmarcar demasiado rígidamente en términos de medicina biológica, los campos médicos se basan en el conocimiento tradicional y hemos institucionalizado la idea de que la salud la tratan los médicos y que las enfermedades "reales" se deben a disfunciones biológicas.

La gran mayoría de los trastornos mentales son "afecciones neuróticas" que no pueden reducirse a mecanismos biológicos averiados. Mas bien las causan arraigados patrones desadaptativos de pensamiento, emoción, acción y relación que están asociados con el sufrimiento y la falta de realización.

Debido a que la sociedad moderna está bastante enferma, no es de extrañar que estemos presenciando una enorme crisis de salud mental. Es casi seguro que no se trata de una epidemia de cerebros averiados. Más bien estamos siendo testigos de como un gran número de personas no tienen idea de cómo lidiar con las emociones negativas ni de cómo es la satisfacción auténtica, un estrés masivo al tratar de alcanzar la visión consumista del éxito que constantemente se nos vende, un entorno informativo caótico, relaciones confusas y tensas entre identidades polarizadas y una sociedad que emplea un “modelo de píldora-enfermedad” de la salud mental que se deriva del hecho de que el conocimiento tradicional nunca ha llegado a desarrollar una buena resolución para el problema mente-cuerpo.

Sin duda, el modelo básico de salud mental humana es bastante claro. El bienestar psicosocial se logra cuando los seres humanos (a) se sienten conocidos y valorados por otras personas importantes para ellos; (b) se desarrollan y crecen en un entorno seguro que sepa cómo ser un refugio seguro que a la vez fomenta la exploración y el desafío; (c) tienen identidades claras y una buenas conexión entre la cabeza y el corazón; (d) son capaces de aprender y adaptarse con significado y propósito; y (e) se sienten conectados a una sociedad sana que tiene una relación también sana con el mundo natural.

La sociedad moderna no consigue demasiado bien este alineamiento. Está atomizada, por lo que es probable que sus individuos no formen parte de una comunidad saludable (de ahí la epidemia de soledad). Está anclada en las relaciones capital-trabajo que hacen que gran parte del intercambio humano se mercantilice e instrumentalice de modo que la influencia social y el control del refuerzo externo (es decir, el dinero) sea la norma, en lugar de serlo la conexión auténtica que engendra el sentido de que las personas son conocidas y valoradas. Sus sistemas de conocimiento están fragmentados y, debido a la Brecha de la Ilustración, son demasiado reduccionistas y mecanicistas.

Como consecuencia literalmente no sabemos cómo hablar sobre el alma humana y todavía tenemos que construir una filosofía/religión efectiva para el siglo XXI que permita el desarrollo de una orientación hacia la sabiduría que sea consistente con el conocimiento tradicional. Hemos perdido el contacto con la sabiduría y las virtudes que cultiva, y en su lugar tratamos de envolver en una burbuja de falsa seguridad a nuestros hijos, lo que sólo sirve para hacerlos más vulnerables. La conclusión es que nos enfrentamos a una crisis de salud mental porque la sociedad moderna está rota en términos de su capacidad para ayudar al alma humana a encontrar sustento y orientarse hacia el bien.

Visto así no es de extrañar que tanta gente esté sufriendo y atrapada en patrones desadaptativos. Sin duda la solución a esta triste situación no se halla en la terapia para todos. Más bien debemos unirnos; con nosotros mismos, con las personas importantes para nosotros, con nuestras comunidades, con nuestras naciones y con la Madre Tierra para comenzar el proceso de encontrar formas de ser que nos permitan cultivar colectivamente la energía de la sabiduría para los sistemas en todos los niveles de análisis en las décadas venideras.

El Dr. Gregg Henriques es profesor asociado de psicología en la James Madison University (JMU) y director del Programa de Doctorado Integrado Combinado en Psicología Clínica y Escolar de la JMU. Imparte docencia sobre psicoterapia unificada, personalidad y evaluación de la personalidad y psicopatología. Sus principales áreas de interés son la unificación teórica de la psicología y la promoción de una psicoterapia unificada.