Se basa probablemente en la idea ingenuamente hedonista de que la finalidad de la vida es ser feliz a toda costa y, sobre todo, de que la felicidad consiste exclusivamente en verlo todo de manera positiva, al estilo de una moderna Pollyanna.
Las emociones negativas, dolorosas, los traumas y embates inesperados de la vida, las decepciones y traiciones de los demás, los golpes y dardos de la airada suerte como decía Shakespeare... todo eso y más sin duda nos sobrevendrá a todos/as por muy positivos que seamos.
Lo que sí es posible, y muy aconsejable, es prestar atención a las emociones dolorosas o disruptivas y aprender. Así, manteniendo la conciencia atenta a no dejarnos llevar por ellas y actuar ciegamente, tal como nos enseña la tradición del mindfulness, podemos aprender mucho de porqué nos sentimos como nos sentimos.
Por ejemplo, siguiendo la guía de la imagen anterior basada en el trabajo de Leslie Greenberg, en el caso de sentirnos humillados y maltratados por una injusticia de la que hemos sido víctimas, en lugar de intentar negar ese sentimiento o banalizarlo transformándolo en "positivo" (¡como si eso fuese posible!) podemos utilizar nuestra propia reacción emocional como guia de que algo muy nuclear de nosotros mismos ha sido violentado e invalidado por la fuerza, y de que necesitamos recibir apoyo, compasión, consuelo y simpatía para seguir adelante. Esa reflexión nos puede llevar de forma muy directa a tomar conciencia de qué era eso tan nuclear y por qué lo era. Por ejemplo, quizás nos veamos confrontados con la conciencia de que para nosotros el sentido de dignidad personal es inviolable y que no toleramos ningún tipo de cuestionamiento de ella. Este proceso no ahorra el dolor (la parte inevitable de la experiencia invalidada) pero sí añadirle sufrimiento (la parte evitable que proviene de la rumiación improductiva o de la negación o banalización inviable a largo plazo).
Lo que aprendemos de ese proceso de construcción de significado ha demostrado ser sumamente útil como lección del pasado, elaborada desde el presente y aplicable al futuro.
Un estudio reciente de Robin Kowalski publicado en el Journal of Social Psychology encontró que imaginar que uno se da consejo a sí mismo en el pasado basándose en este tipo de conciencia de lo que se deduce de las experiencias negativas del presente de hecho aumenta la sensación de aproximarse al self ideal. Así, la idea de que eso es remordimiento que no lleva a nada parece ser falsa: incorporado como aprendizaje significativo no deriva en remordimiento, sino en sabiduría existencial. Ya lo anticipó Kierkegaard al hacer suya la frase de Sócrates: una vida sin examinar no merece ser vivida.
El significado es diferente de la felicidad per se; no todo lo significativo nos hace necesariamente felices, pero sí contribuye a un sentido mucho más pleno, bastante más profundo que la búsqueda hedonística de la felicidad como meta de la vida que subyace a las propuestas superficiales de la autoayuda.
Otro estudio reciente, esta vez desde el ámbito biomédico, encontró que entre casi 7.000 adultos mayores de 50 años de la muestra longitudinal con datos que abarcan ya 27 años del Health and Retirement Study de los Estados Unidos había una única variable inevitablemente ligada con la felicidad, la satisfacción y la máxima productividad laboral: trabajar y vivir con un sentido de propósito y significado. No sólo eso, sino que los investigadores encontraron que los participantes que tenían un alto sentido de propósito y significado (medido por las respuestas a las preguntas de las autoevaluaciones de bienestar) vivían más años que aquellos que decían tener poco o ninguno.
¿Cómo cultivar un optimismo real, no el espejismo de pensar en positivo? Aquí os dejo algunos consejos útiles:
- Cultiva la autoconciencia. Como decía antes, de aprender de la experiencia por dura que esta sea no suele provenir ningún efecto negativo; incluso cuando eso nos lleva a tomar conciencia de nuestros errores, si se incoporan como lecciones existenciales nos acercan a nuestro ideal en lugar de alejarnos.
- Cambia los ¿por qué? por ¿para qué? Puede parecer absurdo, pero en general la vida no responde a un porqué. Es simplemente producto de múltiples factores borrosos y no lineales actuando todos a la vez y además mediados por una buena dosis de azar y caos. Sin embargo, lo que sí es muy posible es que el resultado de la experiencia tenga una función para nosotros--o más bien que seamos capaces de construir una. Por ejemplo, un accidente es un accidente y no hay un porqué posible, preguntarnos por su causa obsesivamente sólo nos llevará a hundirnos más y más... pero preguntarnos qué sentido tiene en nuestras vidas quizás sí sea productivo: tal vez la respuesta sea que nos ha enseñado a vivir más intensamente el presente.
- Piensa a qué necesidad insatisfecha apuntan tus emociones negativas, qué ha quedado invalidado que las ha hecho emerger. Eso te dará un buen punto de entrada a la clarificación de tus valores y de la jerarquía de tus constructos personales.
- Evita la re-traumatización. No es necesario ni aconsejable estar reabriendo permanentemente una herida como las que nos producen las experiencias dolorosas. Eso incluye hoy en día muy especialmente las redes sociales (aunque no sólo, claro)... saber más y más a diario de alguien que nos ha dejado, o traicionado, o decepcionado no ayuda en nada: más bien todo lo contrario.